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megustasutopia

Mis pensamientos

Toni había viajado practicamente por todos los continentes y había visitado ciudades fascinantes a lo largo de su corta vida, pero jamás había estado en un sitio como aquel.

Era una ciudad tremendamente bulliciosa, sus calles y plazas estaban abarrotadas de gente que iban de un lado para otro como atormentados, como obsesionados por ganarle tiempo al tiempo. Pero todos ellos tenían en su mirada esa expresión de incertidumbre del que no sabe a donde se dirige realmente, era una expresión de duda, de duda atormentada por las prisas. Era como si aquella gente no dispusiese del tiempo necesario para reflexionar, de decidir hacia donde dirigirse, pero en cambio se movían con una urgencia agobiante, como si todos ellos quisiesen ser los primeros en llegar.

Toni les observaba con curiosidad y con preocupación, tenía la sensación de que algo terrible estaba sucediendo en aquella ciudad, algo misterioso que él no alcanzaba a entender. Vio como todo aquel caos estaba organizado por unas máquinas que marcaban el ritmo, el ritmo al que se movía la gente. Cuando unas máquinas, que estaban situadas en lo alto de una especie de árboles metálicos, encendían una luz verde, entonces todo el mundo se abalanzaba y cruzaba las avenidas de un lado al otro. De repente, la máquina cambiaba al color rojo y la gente se detenía. Un estruendoso ruido se apoderaba de la zona y una especie de carros que echaban un humo terrible invadían las avenidas Entonces las gentes se amontonaban al borde de la avenida y todos observaban impacientes aquella luz roja, como esperando una nueva señal para reiniciar su atormentado camino. Cada vez llegaba más gente a aquel punto y todos se comportaban igual, se detenían sin hablar, miraban la luz roja sin pestañear y contenían la respiración como si durante aquellos instantes no estuviese permitido ni siquiera respirar. Al poco, luz de aquella máquina cambiaba el rojo por el verde y un pájaro empezaba a piar. Era un piar triste y repetitivo, como si aquella máquina tuviese secuestrado a un pájaro y se le hubiese adiestrado para emitir siempre el mismo sonido.

Toni caminó por las calles de aquella ciudad durante un buen rato intentando encontrar una explicación lógica a tanta urgencia y sin sentido. Llegó a una calle estrecha, más concurrida que el resto de la ciudad pero por lo menos por allí no transitaban ruidosos carros.

Y de repente, comenzó un infernal ruido sirenas y la gente empezó a correr como si huyese de algo terrible. Las sirenas cada vez sonaban más cerca y la muchedumbre gritaba y corría aterrada intentando escapar de algo, que sin duda sería peor que la misma muerte. Un miedo infinito había paralizado a Toni en medio de aquella estrecha calle. La gente pasaba a su lado corriendo y dándose codazos para no quedarse atrás. Muchos al pasar le miraban con rabia acusadora y le gritaban cosas. Después de unos segundos Toni consiguió que sus musculos le respondiesen y empezó a correr él también sin saber muy bien porque pero sabiendo que si no huía de aquel sitio algo terrible le iba a pasar. No había recorrido más que unos cuantos metros cuando un anciano le cogió del brazo y le llevó a una orilla. Se detuvieron, el anciano le miró a los ojos durante un segundo y le dijo:
- ¿Has sido tú?

Toni negaba con la cabeza muerto de miedo. No sabía de qué iba toda aquella locura, pero estaba seguro que él no había sido.

El anciano le miraba con preocupación porque las sirenas cada vez sonaban más cerca, y le volvió a preguntar:
- ¿Has sido tú el que ha pensado?

Toni estaba aterrado, ¿cómo que si había sido él el que había pensado? ¿pensado el qué? Toni nunca dejaba de darle vueltas a las cosas, su imaginación no descansaba ni siquiera cuando dormía. Le encantaba inventarse mundos y poner a fascinantes personajes en él.

El ruido de las sirenas cada vez estaba más cerca y ya quedaban pocas personas en aquella parte de la calle. Entonces el anciano cogió de la mano a Toni pegándole un fuerte tirón y le dijo:
- Vamos, no te quedes ahí. ¡Corre!

Mientras corrían calle abajo, el anciano le contaba a Toni:
- No está permitido pensar en esta ciudad. ¡Ha saltado la alarma y la policia viene a por ti! Si te pillan harán contigo lo mismo que con el resto. Te someterán a un tratamiento por el que no podrás tener un solo pensamiento más el resto de tu vida.

Era un pánico aterrador lo que Toni sentía. ¿No volver a pensar? Nunca había imaginado un castigo tan cruel.

Jadeando, apenas podía articular unas cuantas palabras:
- Yo no sabía… yo acabo de llegar… yo no soy de aquí…

Y ante la acusadora mirada del anciano volvía a intentar pronunciar algo con sentido:
- ¡Yo no puedo dejar de pensar!

El viejo le llevó hacia una callejuela que salía al lado de un cubo de basura y le dijo:
- Está bien, tranquilízate y escúchame con atención. La única forma de burlar a los detectores de pensamientos que hay instalados por toda la ciudad es sobrecargarlos. Lo que has de hacer es pensar muy de prisa y en muchas cosas diferentes a la vez. No mantengas un pensamiento en tu cabeza durante mucho tiempo, cambia de uno a otro sin parar.

Toni escuchaba con atención. Algo mucho más importante que su vida estaba en juego, sus pensamientos. Toni sabía que su vida no tendría ningún sentido sin imaginación.

A los pocos minutos las sirenas dejaron de sonar y la gente dejó de correr. El anciano cambió su rostro de miedo por una sonrisa de satisfacción.

- Bien hecho chaval. Lo hemos conseguido. Pero has de tener cuidado, la única forma de burlar a esos detectores de pensamientos es pensar muy de prisa muchas cosas diferentes.

Antes de despedirse de Toni, el anciano le explicó que las máquinas controlaban por completo aquella ciudad. Habían llegado hacía muchos años y después de estudiar en sus laboratorios el comportamiento de los humanos, y de imitar todo lo que habían podido se dieron cuenta que lo único que no podían copiar de los hombres era su capacidad de pensar. Entonces habían decidido prohibirlo y llenar la ciudad de radares para detectar cualquier pensamiento.

Por ese mismo motivo, también está prohibido leer en esta ciudad, porque mientras lees piensas. El único sitio donde es posible pensar y leer sin que los detectores hagan saltar alarmas es en el tren que atraviesa la ciudad por debajo.

el hombre gris

Llegó a la ciudad un día gris como no podía ser de otra forma. El sol se hacía un hueco entre las nubes que se afanaban en tapar todos los agujeros del cielo. Pero aquel cielo era demasiado grande y las caprichosas nubes no podía taparlo todo.

Hasta que el hombre gris llegó aquella era una ciudad triste. Una ciudad aburrida y apagada. Sí, definitivamente era una ciudad aburridamente triste. Causaba gran curiosidad observarla desde el aire. Se asemejaba a un gran puzzle donde cada pieza era de un color. Las áreas monocolor eran de tamaños desiguales pero todas ellas estaban perfectamente delimitadas. Al acercarse a las azoteas se podía apreciar como cada edificio estaba pintado de un único color, los había rojos, verdes, amarillos, azules,... y negros, también los había negros. Los observadores más curiosos buscaban azoteas que vistiesen policromía pero no las hallaban. No había mezcla de colores en aquellas azoteas. Ni en los bloques colindantes que formaban parte de aquella enorme pieza del puzzle. Las diferentes piezas del puzzle estaban delimitadas por anchas avenidas donde cada sentido de la calzada estaba pintada con el color correspondiente a su zona.

Hacía años que se habían eliminado alambradas que separaban los diferentes colores de la ciudad, pero la gente se había acostumbrado a vivir en su color y muy pocos eran los osados que se aventuraban a abandonar temporalmente su propio color. Toda la vida viendo un color marca mucho, pensaba la población de aquella ciudad. Aquellos colores marcaban el carácter de las gentes. En las zonas negras frecuentemente las campanas anunciaban entierro. Mucha gente se moría en las piezas negras y sus habitantes abusaban del luto. Prácticamente no se vendían prendas de otro color. Hasta la ropa interior era negra. El tráfico en las zonas rojas era prácticamente imposible porque los semáforos tenían tres luces rojas. Lo mismo pasaba en las otras zonas. El sol siempre lucía con mayor intensidad en las zonas amarillas donde casi todas las chicas eran rubias. Aunque no lloviese, a los barrios verdes nunca les amarilleaba el césped, se mantenía siempre como recién regado.

Allí la gente nunca hablaba. Todos estaban de acuerdo. ¿Para qué hablar entonces? Los muy mayores incluso habían olvidado muchas palabras y se defendían con un puñado de ellas, con las imprescindibles. Los gobernantes se afanaban para que no se perdiese la lengua y obligaban a los niños a leer muchos libros. Pero en unos pocos años, los niños se habían leído todos los libros. Porque en cada zona de aquel puzzle había un montón de libros que decían lo mismo. Todos los autores opinaban de la misma forma y los periódicos trataban las mismas noticias.

(¿alguien quiere seguir?)

"ha sido fascinante"

Habían sido los minutos más largos de su vida, pero una vez pasó todo, y de nuevo pudo recobrar el aliento, entendió que la historia que Jeni le había contado no era una más fruto de la imaginación pura y alocada de la niña. Laura había empezado a cuidarla hacía aproximadamente un año y siempre hubo una especial sintonía entre ellas. Jeni era la niña que Laura siempre había querido ser. A menudo ausente se sumergía en su mundo y al volver se convertía en un torbellino de palabras. Entonces hablaba atropelladamente como si el ritmo de sus fascinantes historias no se quisiese someter a la aburrida cadencia del reloj. Laura escuchaba aquellas fábulas con gran atención, intentando romper la barrera de la realidad y atravesar las puertas que llevaban a los mundos de fantasía de la niña. Pero su mente estructurada y excesivamente responsable y sensata no le permitía viajar tan veloz como para alcanzar los mundos lejanos de Jeni. Quizá por eso que se identificaba con ella; veía en la vida de la niña su propia vida no vivida. Siempre había sentido que su vida era una de esas vidas equivocadas. La idea de que existía gente que vivía vidas que no le correspondían la había leído hacía tiempo en un cuento y, desde entonces, sabía que la suya era una de esas. Porque Laura siempre tenía la sensación de que algo le faltaba, de que algo no estaba realmente en su sitio.

Había cumplido los 16 años y aceptó el trabajo de canguro, no porque le gustasen especialmente los niños, al contrario, su escasa paciencia a menudo era desbordada por cualquier renacuajo. Lo aceptó porque el dinerillo le vendría muy bien para permitirse algún capricho, y quizá hasta podría irse de vacaciones con Jorge. Llevaban demasiado poco tiempo juntos y ella se decía una y otra vez que era mejor no hacer planes porque siempre le pasaba lo mismo. Su imaginación iba más deprisa que su propia vida y no se cansaba de planificar y soñar con cabañas en bosques perdidos a la orilla de lagos repletos de cisnes. Pero al final siempre se estropeaba por uno u otro motivo. A menudo pensaba que su media naranja se la habría bebido en zumo cualquier desalmada y que ella estaba condenada a pasarse la vida saltando de desilusión en desilusión.

No llevaba un mes en aquella casa cuando Jeni le contó la historia de la ventana por primera vez. La navidad se acercaba y una mañana entró en la habitación de la niña que estaba sentada en la cama con una extraña sonrisa en el rostro. La ventana estaba abierta y las cortinas se movían con violencia en la parte exterior del edificio como si el viento las quisiese arrancar de aquella casa y quedárselas como trofeo. Parecía que el viento estaba muy enfadado con la niña que seguía sonriendo abstraída. Estaba agitada y sudando. Completamente ausente en algún mundo demasiado lejano. Laura pasó por delante de ella para arrancarle las cortinas al viento y cerrar aquella ventana. Pero Jeni ni se inmutó. Su mirada seguía perdida. Más tarde, sus padres, y la propia Laura, pensaron que eran tonterías de chiquilla cuando ella dijo "he saltado y ha sido fascinante".

Nunca había tomado en serio aquellas palabras. Pero mirar hacia abajo y ver a la gente en miniatura desde la ventana de aquel séptimo piso le daba escalofríos. "La niña tiene mucha imaginación", se decía una y otra vez al mismo tiempo que su subconsciente la traicionaba y se imaginaba a la pequeña realizando su último vuelo.

Cuando llegó el verano Laura aceptó irse ellos a Torrevieja para seguir haciéndose cargo de la pequeña. Los padres de Jeni eran de esos que ni siquiera en vacaciones disponían de suficiente tiempo para ella. Además, como nunca se habían ocupado de ella, tampoco lo sabían hacer. A Laura no le hacía mucha gracia pasar dos semanas lejos de Madrid, aunque alejarse un poco de todo le vendría muy bien. Con frecuencia buscaba distanciarse de ella misma para poder ver las cosas en perspectiva.

El sol parecía querer castigar a los incautos que no se habían echado suficiente protector. Aquella tarde Laura descubriría que la pequeña no había mentido y que aquella historia no era fruto de su imaginación. Las dos acostumbraban a salir todas las tardes con la moto buscando playas escondidas en los alrededores. Llevaban unos cuantos kilómetros subiendo por una estrecha carretera llena de curvas. Los árboles eran tan frondosos que el sol no conseguía penetrar en el bosque por lo que aquel paseo estaba resultando especialmente agradable. Llegando a la cima encontraron un claro desde el que parecía que se divisaba el horizonte. Además era uno de esos días en que el mar y el cielo están en perfecta sintonía y se funden como dos enamorados allá lejos, en el infinito.

La niña saltó de la moto y corrió hacia la orilla del acantilado mientras que Laura con más calma se quitaba el casco y apagaba el motor de la vieja Lambretta. Se encendió un cigarrillo y caminó hacia aquella vista sin igual. Lo que vio era mágico. La inmensidad del océano reflejada con asombrosa precisión en el cielo como si de un espejo infinito se tratase. Se respiraba paz, una auténtica paz interior. Durante unos instantes pensó que quizá aquella si que era su vida, que quizá había sido una estúpida por obsesionarse tanto con aquella idea de que estaba viviendo una vida que no le correspondía. Pensó que en aquel preciso lugar estaba su sitio, ese espacio que le permitía respirar y que había estado buscando siempre.

Apuró las últimas caladas del cigarrillo y volvió a la realidad. Buscó a Jeni pero la niña no aparecía por ningún lado. Caminó de un lado para otro gritando "¡Jeni, nos tenemos que ir!", "¿Dónde estás Jeni?", "Venga, deja de jugar que se hace tarde", "Me estoy cansando, ¡vamos a casa!". Pero Jeni no estaba en ninguna parte. Laura se empezaba a desesperar y su garganta ya se resentía de tanto gritar. Aquel mundo de paz se estaba convirtiendo en el escenario de su peor pesadilla. Jeni era la persona más especial que Laura había conocido en toda su vida. La quería con locura y su cabeza se empezaba a convertir en una tormenta de fatalistas ideas. Su respiración cada vez estaba más agitada y apenas podía respirar. La desesperación y las lágrimas la empezaban a ahogar. Su corazón estaba a punto de saltar de su cuerpo y sentía su sangre fluir a borbotones por todas las extremidades de su cuerpo.

Se asomaba una y otra vez a aquellos acantilados buscando a la pequeña. Gritaba sin parar llorando lágrimas de impotencia "Jeni, vuelve, no me puedes hacer esto!". La buscó por toda la zona pero Jeni no estaba en ningún sitio. Era como si aquel fuerte viento que se había levantado se la hubiese llevado.

Laura ya había tirado la toalla y de rodillas a la orilla de aquella caída infinita lloraba pidiéndole al cielo que le devolviese a la pequeña. De repente, allí mismo a su lado, entre lágrimas pudo ver cómo el viento sujetaba a Jeni. La pequeña estaba con los brazos en cruz, sus pies apoyados en el suelo y todo su cuerpo echado para adelante y suspendido en el aire. El fuerte viento se encargaba de mantenerla en vilo. Aquella escena era extraordinaria, como de otro mundo. El viento sopló un poco más fuerte y dejó a la pequeña de pie al lado de Laura. Jeni seguía con sus bracitos en cruz y con los ojos muy abiertos. Laura se había quedado paralizada. Durante unos instantes fue como si el mundo se hubiese detenido. Como si todos los protagonistas de la película necesitasen unos segundos para repasar el guión antes de proseguir. Al poco Jeni, que permanecía con la mirada en el horizonte de aquel mar que se había querido mezclar con el cielo a pesar de los celos del viento, volvió a este mundo. Miró a Laura que estaba a su lado, se giró y se abrazó a ella diciendo "he saltado y ha sido fascinante".
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(para Jeni por haberme inspirado el nombre de una niña inquieta, soñadora, curiosa, rebelde, luchadora, única y especial. Para Lidia por haberme prestado a sus dos protagonistas, una niña y la muchacha que la cuida y que gracias a la fascinante imaginación de Lidia vivirán historias maravillosas)

pequeño pequeño quiero ser pequeño

y me decía: "tú no sabes nada"
le miraba de nuevo
y me volvía a decir "tú no tienes ni idea"

era tan sólo un niño de
no se, no creo que más de cuatro años
pero él me lo decía a la vez que se reía

era una risa medio inocente medio burlona
uno de esos gestos que delatan
a los que viven un poco más allá

siempre quise mirar más allá
porque lo que veía se me antojaba
escaso
siempre soñé con que había algo
mucho más grande de lo que mis ojos
alcanzaban a ver
algo por lo que merecía
dejarse la piel
algo por lo que merecía la pena
morir

aun sigo soñando con ese algo
y sigo buscándolo en los ojos
de esos niños
que me dicen que yo no tengo ni idea
de lo que pasa
que yo no ando con los pies en el mundo

aun sigo añorando
ese paraíso
donde ya no hará falta
esforzar la mirada para ver más allá
donde ya no será necesario
soñar con un mundo de ensueño
donde ya no querré saltar de
mi lecho de sueños prohibidos
y caer en playas solitarias
y volar a jardines de ensueño

sueño que viajo
y añoro un sueño
donde tu sueño
sea mi sueño
donde tu vida
sea la vida

hoy viajé en metro
y vi a un niño
pequeño
muy pequeño
apenas había
tenido el tiempo
suficiente para
aprender a hablar
y me enseñó
que sin hablar
con sonreír
con mirar
con reír
la vida
es como muchos no la ven

ahora
pequeño pequeño
del metro
ya no te veo tan pequeño
quizá porque la vida
en sí sea pequeña
quizá porque
envidie lo que aun no tienes

a tomar por el culo

El menda parecía que no se enteraba de qué iba la baina, iba siempre a su aire como quien cree que esta vida es eterna y que todo está pues ahí para que él disfrute y saque el mayor partido. Era un tipo que aparentaba ser un ganador. Siempre bien vestido y mirando por encima de su gabarda de cuero a la plebe. Porque para Carlos sólo había dos tipos de personas, los ganadores y los perdedores. Los primeros eran los que iban como él comiéndose el mundo sin preguntar porqué. Los otros eran los que pedían permiso, los que nunca estaban seguros, los que tenían miedo de confundirse.

Carlos se veía a si mismo como un tipo que había salido de la nada. Como alguien que había conseguido que la gente le respetase y le mirase con admiración. En su inmueble, sus indiscretos vecinos no sabían si era traficante de drogas o gigoló. Era un tipo reservado. Nunca nadie le vio perder las formas o decir una palabra más alta que otra. Pero en su piso no faltaba el movimiento. Todas las noches se juntaban en él un puñado de amigos que bebían hasta el alba, como si temiesen que la ley seca de nuevo se impusiese en aquel estado.

Pero todo terminó una noche. Aquel día a Carlos le invitaron a asistir a un espectáculo insólito. Por aquel entonces el arte estaba en decadencia y los artistas eran vistos como bichos raros que no eran más que una carga para la sociedad.

A él le gustaba verse como un "progre", como alguien que ve más allá, o que mira más allá de los que los otros simplemente alcanzan a ver a duras penas. Pero aquella noche se dio cuenta de que hubiese sido mejor ser un aldeano que un progre. Porque el espectáculo que vio aquella noche no tubo parangón alguno. Por un buen rato intentó buscar un sentido a aquel absurdo e insólito espectáculo. Carlos había asistido a un local de moda en el centro de la ciudad. Alguien le había dicho "Carlos, tienes que ir al 'Plema', alli es donde se parte el bacalao. Si de verdad quieres saber lo que es cultura tienes que dejarte caer por allí'.

Y se dejó caer. Y se cayó. Tanto tanto, que le costó demasiado levantarse. El espectáculo demostraba que la cultura estaba en desuso, que nada ya tenía sentido en el mundo de las artes.

Si no fuese por ella, Carlos hubiese tirado la toalla aquella misma noche. Ella era una tipa peculiar. No se podría prescindir ni de "tipa" ni de "peculiar". Vestía a su modo y se movía con soltura, como si aquel garito inhóspito la hubiese albergado de por vida.

Tenía, sin embargo, un brillo especial en su mirada que la delataba. A pesar de su apariencia de controlarlo todo, de decirle al mundo 'ehi, no vos mováis que aquí llega la menda y como os pongáis tontos us vais a enterar', Carlos vio que había mucho más. Él llevaba varios años viviendo historias a través de las pupilas de otras gentes. Carlos era de los que miraba fijamente y con descaro a los ojos de la gente. En aquella época estaba mal visto mirar fijamente a los ojos. Como si los ojos tuviesen culpa de algo.

Y la dama le quitó el sentido. Le hizo confundir el bien y el mal, el sentido de la sinrazón, el presente del pasado. Había sido algo fugaz. Tan fugaz como pasan las canciones de cualquier moda juvenil, tan raudo como cualquier estrella fugaz. Ella se había cruzado en su camino.

Había sido deslumbrado por su luz. Porque no era como un astro que se ilumina con la luz del sol. Porque nunca llegaba la sombra. Porque todo el planeta se movía cuando ella se movía. Pero Carlos pensó: 'y una mierda'.

Y lo mandó todo a tomar por culo.

algunas noches

algunas noches
no siento nada

algunas noches
me siento flotar
en un medio tibio
que me protege
donde no necesito
sacar la cabeza
para respirar
donde estoy protegido
donde estoy como en casa
donde no necesito nada
más de lo que tengo
en este medio viscoso
en este espacio reducido
pero infinito

alguna noches
vuelo contra el viento
y me esfuerzo
agitando mis alas
bajo y subo
buscando algún viento
que sople en mi favor
y no lo encuentro
y no logro avanzar
siento que retrocedo
más de lo que avanzo
y me agoto
y me desespero
y pienso en dejarme llevar
por los vientos
pienso en rendirme
y que ellos me golpeen
y me arrojen contra
las rocas de las montañas
sin piedad

algunas noches
me siento sirena
y bajo el agua
lo tengo todo
no necesito salir a respirar

algunas noches
me creo una estrella
y canto
y bailo
y pego brincos
y no me canso
de mirarme
en los ojos de mis amigos
y les digo que todo
está bien
que la vida es bella
que las cosas que pasan
son bonitas

algunas noches
me siento la luna
y me pregunto
porqué el sol no me mira
porqué no me quiere mirar
de qué me sirve
ser tan coqueta
de qué me sirve
iluminarme con su luz

algunas noches
me siento afortunado
por saber
que tú estás ahí

algunas noches
siento que no se
quien soy

algunas noches
siento que no siento nada
que me muero por sentir
que siento que me voy a morir

algunas noches
quiero sentir
un millón de sentimientos
antes de dejarme morir

Mil sueños rotos

Se decía una y otra vez que no, que aquello no podía estarle pasando a ella. Ya habían pasado un par de semanas desde el entierro pero Carla no podía dejar de llorar. Nunca entendió de dónde podían salir tantas lágrimas. Eran lágrimas de impotencia o más bien, eran las lágrimas de las explicaciones no halladas. Quizá hay cosas que no se pueden explicar sino no es desde la distancia y a partir de recuerdos y experiencias. Pero ella aún no tenía esa distancia. Apenas era capaz de dormir por la noches porque una y otra vez le venía la imagen de su padre. Incluso cuando conseguía conciliar el sueño él aparecía en cada una de sus secuencias, como si la película volviese una y otra vez sobre el mismo personaje. Aparecía tal y como lo recordaba en aquel último día. Él siempre sonreía, pensaba Carla, "él me enseñó a sonreír" era un pensamiento de los que tenía en la centrifugadora que se había convertido su cerebro. "Él era la única persona que me entendía", "nunca encontraré a nadie que me quiera como él me quería", "él nunca me hubiese dejado aquí sóla, esto tiene que ser cosa de... no se, si Dios o el demonio..., pero Dios no puede hacer estas cosas, él no se lo merecía, le quedaba tanto por hacer... pero tampoco ha hecho nada para evitarlo... por lo menos no sufrió". Estos y otros pensamientos golpeaban las paredes de su cerebro.

Durante el funeral ella estuvo muy entera. Siempre fue una chica excesivamente responsable, casi podríamos decir, obsesivamente responsable. Y en aquellos momentos tan duros, ella tenía que ser la que tuviese la serenidad y la que consolase a su madre. Además Carla no tenía ganas de llorar. Recordaba una y otra vez las últimas horas con su padre jugueteando como cuando era una niña y revolcándose en el sofá de cosquillas. Nunca pudo aguantar las cosquillas y su padre sabía muy bien que este era su punto débil. Durante el funeral, cada vez que el protocolo le pedía unas cuantas lágrimas y un gesto compungido, a ella se le venían a la memoria aquellas últimas horas con su padre. Sus carcajadas que eran mucho más escandalosas que las de Carla y sus ojos grandes y oscuros. Carla no lloró ni una sóla lágrima los primeros días de su ausencia. Al principio, en el funeral, ella intentaba pensar en cosas tristes y se concentraba pensando lo mucho que le iba a echar de menos y lo desgraciada que iba a ser, como intentando que la tristeza le invadiese y le arrancase unas pocas lágrimas que compartir con tantos y tantos familiares y amigos que se habían acercado al tanatorio. Pero no lo conseguía. Siempre acababa con tiernos recuerdos en su cabeza que le provocaban la sonrisa más sincera. Incluso llegó a avergonzarse de aquella sonrisa y a imaginar lo que la gente que la viese pensaría. "Seguro que piensan que yo me alegro, que sólo estoy pensando en la herencia, que estoy contenta porque me quedaré con el piso de Jaén,...". Le dolían aquellos pensamientos y entonces intentaba ocultarse de la gente con sus gafas de sol.

Pero aquellos tiernos recuerdos, aquel sonreir sincero duraron tan sólo unos días. Luego la pena llegó. Una pena infinita, una congoja enorme, un nudo en el pecho que no le dejaba respirar. Mil preguntas sin respuestas, mil argumentos que no llevaban a ninguna parte, mil sueños rotos,...

¿hacia dónde mirar?

acercarse o alejarse
qué más da

lo lejano
se acerca
lo que estaba cerca
ha pasado ya de largo
y quedó atrás
como si ya
fuera de otro tiempo

el tiempo
viene del futuro
raudo hacia nosotros
entonces
nos roza
juega con nosotros
nos seduce
pero cuando
hemos aprendido
su juego
cuando empezamos
a dejar de ser
unos simples aprendices
entonces
se va
pasa de largo
y observamos
como se aleja
en el pasado

entonces
si todo
viene hacia nosotros
desde el futuro
si todo nos roza
en el presente
si todo
se diluye en el pasado

¿hacia dónde
mirar?

hoy quisiera ser poema

para encontrarme contigo
cuando tú estés perdido
para ser testigo
de tus lágrimas más amargas
de tus alegrías más profundas

hoy quisiera ser poema
para que tus ojos se fijaran en mi

hablar con tu yo más auténtico
oír tus sueños más bonitos
dibujarlos con mis líneas imperfectas
con mis torpes palabras

me buscarías
cuando no te encontrases
me buscarías
cuando hubieses dejado de buscarte
me buscarías
con el alborozo del enamoramiento
me buscarías
cuando estuvieses loco de amor
me buscarías
cuando no encontrases palabras
suficientemente bonitas para ella
me buscarías
con la amargura del desamor
me buscarías
cuando uno de los tuyos hubiese partido
me buscarías
cuando no entendieses
me buscarías
cuando todo estuviese claro
me buscarías
cuando el mundo fuese
un lugar acogedor
me buscarías
cuando el mundo resultase frío y hostil
me buscarías
cuando quisieras soledad
me buscarías
cuando esa dama inoportuna y cruel
ahogase cada uno de tus segundos interminables
me buscarías
en tus emociones
en tus sentimientos
en tus alegrías
en tus penas
en tu vida más consciente
en tus sueños más profundos

hoy quisiera ser poema
para que tú me dieses vida

hoy quisiera ser poema
para que tu vida
fluyese entre mis palabras

mil y una vidas

quiza cada cual
tengamos
mil y una vidas
siendo tan sólo
una la vida
que los más
excépticos
llamen
vida real
vida consciente
y las otras mil
sean las
vidas imaginadas
que también
son vidas vividas

quisiera ser capaz
de imaginar
millones de esas
vidas
y completar
mi vida "consciente"
con infinidad
de vidas inconscientes
y así llegar
a confundir
realidad
con imaginación
y así llegar
a soñar
mil mundos
de fantasía
mil mundos
de justicia
mil mundos
de placer

si te encuentro
en una vida imaginada
te ruego que
no me pellizques
no sea que rompas
el hechizo
no sea
que se acabe la magia
no sea que
la razón
pueda a la sinrazón
no sea que
la razón
mitigue la imaginación

tan sólo
susurrame
al oido
hazte notar
para que sepa
que no estoy sólo
que tú eres
tan de verdad
como cada una
de las mil
y una vidas
que imagino

la locura del querer

Querer con locura
es querer del todo
es dar y no pedir
darlo todo
y no pedir nada.
Querer es dejar espacio
dejar volar
y no tener miedo
de que el vuelo sea largo.
Querer es entender
es ponerse en la piel del otro
es comprender
aunque no se entienda
Querer es llorar de alegría
y llorar por las penas del otro.
Querer es
estar siempre ahí
estar cerca
escuchar
observar
y tender la mano.
Querer es compartir
es soñar
es regalar los sueños.
Querer con locura
es algo
que ni la muerte puede dañar
es la fuerza del cariño
es la melancolía del recuerdo
son las lecciones
que nunca se olvidan.

soñar contigo es no querer despertar

te busco
porque te añoro
pues te echo de menos
no me he acostumbrado
a tu ausencia
aunque no estés
te siento
percibo tu esencia
aunque sólo
en mis sueños
más profundos
aunque sólo
en mis mundos
de fantasía
aunque sólo
en mis vidas
no vividas
en mis vidas
añoradas
en mis vidas
soñadas
en los sueños
más lejanos
en los sueños
más profundos
los que quise
siempre soñar contigo

Mil historias vividas

La ciudad que viví en mi juventud era un avispero de personas donde todo aparentaba ser un completo caos, pero cada cual sabía hacia donde debía moverse y lo hacía con prisa y precisión, como si los pasos no se pudiesen dar en balde. En aquella época frecuentaba el transporte público por obligación, digamos que mis escasos recursos no me habían dejado ir más allá de simplemente soñar con uno de esos descapotables biplaza con asientos de cuero. Es curioso, como ahora que ya no tengo que mirar la cuenta bancaria para ver si llego a fin de mes, sigo añorando aquel continuo ir y venir en metro.

Las líneas del metro eran las venas de aquella gran ciudad que permitía que nosotros llegásemos puntualmente a nuestro sitio todas las mañanas. En horas de máximo tránsito, aquellos vagones eran un hervidero de historias no vividas. Me gustaba mirar a la gente e imaginarme su historia. En cierta ocasión, en los pasillos del metro vi a dos individuos peculiares. Eran muy morenos de piel, hablaban una lengua desconocida para mi y su apariencia no era precisamente la de aquellos que tienen cubiertas lo que Maslow llamó necesidades primarias. Tenía el aspecto de haber salido corriendo de Irak u otro país de la zona al poco de llegar las tropas salvadoras del mundo civilizado. Uno de ellos, el más bajito llevaba un acordeón colgado del cuello y caminaba altivo y con paso firme. Siempre me gustaron los músicos por lo que tienen de artistas y, es más, siempre quise ser uno de ellos. El otro era muy alto y caminaba terriblemente encorvado. Su gesto al caminar era de gran dolor, como si en cada paso se le escapase un poco de vida. Portaba a modo de maletín una especie de tablero lleno de cables y chapas metálicas. Observé aquel objeto con atención pero no pude imaginar para qué podría servir. Sin lugar a duda que aquel personaje estaba viviendo una vida confundida pues parecía sacado de alguna novela histórica. Cuando veo a alguien que sufre siempre pienso si no será una mala broma del destino lo que le hace a esa persona quizá vivir una vida que no le correspondía, una vida confundida, y por tanto soportar el dolor que injustamente le han puesto a las espaldas. Este personaje sufría con cada paso como si una terrible penitencia estuviese obligado a soportar. El pequeño músico del acordeón que había tomado la delantera, al ver el panorama se dio la vuelta, volvió hacia su compañero y le cogió aquel maletín tabla lleno de cables y chapitas. Aliviado de su peso, el jorobado pudo caminar con un poco más de agilidad aunque mantenía el dolor en su gesto. A los pocos minutos llegó el metro. La intriga por aquellos dos personajes me hizo subirme al mismo vagón que ellos no queriendo perderme aquello que prometía ser cuanto menos un curioso espectáculo. Pues bien, al poco de partir se pusieron a tocar. El pequeño con su acordeón y el encorvado se colgó del cuello aquella tabla llena de cables y chapitas metálicas, cogió una baqueta con cada mano y se puso a golpear la tabla. Milagrosamente, de aquel instrumento empezó a salir una fabulosa música. La escena era fascinante. El encorvamiento que aquel individuo tenía le facilitaba tocar el extraño instrumento pues mientras tocaba su postura no parecía forzada como al caminar. Mientras la música sonaba, aquel individuo no parecía estar sufriendo por su postura como minutos antes, es más, era como si su universo hubiese llegado al equilibrio deseado, como si su joroba estuviese puesta en su espalda a propósito.

Me gustaban los músicos y me gustaba oír sus canciones por todos los rincones del metro. Me imaginaba cómo sería su mundo y me veía tocando mi guitarra en uno de esos interminables pasillos que sirven para cambiar de una línea a otra. Tocaría unas horas antes de comer y cuando apurase el hambre me iría a comer al Retiro dando un paseo bajo el sol del mediodía. Junto el estanque me pararía una vez más a ver la obra del manzanero de mi amiga la del guiñol. Conocí a Carmen hace mucho tiempo a través de sus marionetas. Me encantaba ir a verla porque cada segundo con ella era descubrir que la vida puede esconderse en cualquier sitio, en cualquier trozo de tela. Una vez más me metería en la historia del manzanero y sería diferente al resto de los días. Al terminar la obra compartiría mi bocadillo con Carmen y charlaríamos un buen rato de lo humano pero sobre todo de lo divino.

Muchas veces me sorprendía buscando en las pupilas de algún viajero un agujerito para adivinar algún fotograma de su historia y así poder imaginar el resto. En aquella época aún sorprendía un poco ver a hombres solos con niños pequeños. Recuerdo a uno que llevaba a un bebé precioso en los brazos. Un viajero le ofreció su asiento, pero él rechazó sentarse y permaneció todo el trayecto de pie mirando a su criatura y haciéndole todo tipo de mimos y carantoñas. Yo me imaginaba siendo él con mi hijo amparado por mis brazos. Yo me había pasado la mañana trabajando en mi novela, una de esas historias de viajes fantásticos por mundos lejanos. Al mediodía habría recogido a Inés de la guardería y nos habríamos hartado de jugar, revolcarnos, cantar, dibujar historias, tirarnos de la nariz y decirnos mil palabras que el resto de los humanos no llegaría a entender jamás. Porque aquel era el lenguaje de Inés y mío, era algo nuestro, algo que nos ayudaba a estar más cerca. Y no sólo nos permitía estar cerca el uno del otro, sino que aquella comunicación con mi hija fue la base para pasar toda una vida aprendiendo de ella. Al rato iríamos a buscar a mamá al trabajo. En aquella época ella trabajaba mucho, yo pensaba que demasiado pero nunca me creí con el derecho de echárselo en cara. Años después ella se daría cuenta que todo aquello de que el trabajo dignificaba no era más que una patraña que se habían inventado unos cuantos para que la sociedad que habíamos creado funcionase bien. Tuvo suerte porque aún no se había perdido toda la niñez de Inés y la pudo vivir con mucha intensidad.

Uy, el señor y el bebé ya se han ido. Siempre me impresionaron mucho los drogadictos. Creo que cuando era niño me daban miedo, pero a medida que me hice adulto me di cuenta que no había demasiado que temer y la lástima se transformó en pena. Mirarles a los ojos y buscar sus fotogramas me llevaba a mundos que nadie desearía visitar. Me llevaba a poblados chabolistas, a las afueras de la gran ciudad, a lugares de prostitución, a solares embarrados e infectados de jeringuillas. Creo que todos somos responsables de haber creado una sociedad así, porque la droga no es más que uno de los múltiples agujeros que tiene el entramado social que nos hemos montado. Cuando alguien me dice lo estupendo que es nuestro mundo y me habla del estado del bienestar, siempre pienso en los múltiples pequeños fallos que el sistema tiene, en la droga, la pobreza, el desigual reparto de la riqueza, la soledad, el estrés, el individualismo, el materialismo, la pérdida de valores solidarios, la ruptura del vínculo familiar y un largo etcétera.

Me gustaba viajar en metro porque además de vivir otros mundos desde las pupilas de otras gentes, me permitía leer. La gente lee mucho en el metro. Muchas veces me imaginaba cómo varios viajeros de un vagón charlaban sobre un libro o sobre un escritor en particular. Me imaginaba que aquellas tertulias eran lo habitual. Lamentablemente aquello sólo pasaba en mi imaginación. Por mi parte, cada vez que tenía a alguien cerca leyendo un libro intentaba con disimulo averiguar de qué libro se trataba. Encontrar a un viajero leyendo un libro conocido supone un vínculo extraordinario. Es emocionante porque se trata de un vínculo emocional con un desconocido. Es curioso pero cuando se da esta circunstancia, es como si aquella persona dejase de ser desconocido para ser uno de los tuyos y te invadiesen unas ganas enormes de preguntarle sobre el protagonista o sobre cómo está viviendo el libro. El mismo libro es diferente para cada persona, cada cual vive su particular historia a través de las mismas páginas. Fascinante, infinitas historias en el mismo libro. Una vez leído el libro ya es una de tus historias para siempre. Recuerdo que cuando me encontraba a un viajero leyendo uno de mis libros, una de mis historias, sentía ganas de preguntarle. Una vez sí que lo hice. Era una época en que yo estaba obsesionado por las oportunidades perdidas. Las oportunidades perdidas son esas circunstancias únicas que si no se aprovechan en el momento nunca más vuelven. Yo estaba sentado y a mi lado viajaba una chica de unos quince años que estaba leyendo un libro que a me gustó mucho. Era uno de esos libros que se clasificaban en las bibliotecas como autoayuda. Yo siempre he pensado que estos libros hacen como de balanza, son libros equilibrio. Quiero decir, les dan un pequeño empujón a aquellos que se asoman al precipicio sin atreverse a saltar y, por otro lado, nos dan sosiego y excusas para la reflexión a aquellos que en su día nos lanzamos al vacío sin reparar en las consecuencias. Pocas veces se inicia una conversación en el metro con un desconocido. Ni en el metro ni en otro sitio de una gran ciudad. Supongo que es uno de los males, o de aquellos agujeros que contaba antes que tenía la sociedad. Siempre me llamó la atención la facilidad que para iniciar conversaciones con desconocidos tienen las personas mayores. Algunas veces me he planteado si será la necesidad de contar que tiene todo ser humano. Esa necesidad que con el paso del tiempo se convierte en urgencia vital. Uno se da cuenta que le quedan muchas historias por contar y que el tiempo apremia, porque las historias que no contemos en vida quedarán sin ser contadas ya que sólo nosotros las podemos contar. Aquel día yo di el paso pues no quería que aquello fuese una historia no vivida o una oportunidad perdida. Inicié una conversación con la jovencita sobre el libro que estaba leyendo. Fue una conversación breve ya que se bajó en la siguiente estación, pero aun recuerdo que me dijo que se lo habían mandado leer en clase.

Un día por la tarde vi a un hombre negro, vestido de traje y corbata que llevaba de la mano a un niño de no más de ocho años y que no hacía más que juguetear tirándose para un lado y para otro. Busqué en las pupilas de aquel niño y me encontré viviendo en un país lejano donde la gran mayoría tenía otro color de piel. Soñé que aquel país me acogía y la gente no me parecía diferente a mí, a pesar de tener otro color de piel. Todas las tardes, al volver del cole iba a casa de Pablo que vivía tres plantas más abajo y su madre nos preparaba una taza de chocolate. Su madre era una de esas señoras gordas y enormes que achuchan sin piedad a los niños. Luego bajábamos a jugar con Elías y Jorge al parque que había cerca de la parroquia. Pasábamos la tarde corriendo detrás de un balón y cuando estábamos rendidos nos encantaba tirarnos en la hierba y soñar con ser mayores. Elías quería ser aviador y para ello pensaba meterse en el ejército del aire tan pronto como pudiese. Quizá presentándose voluntario al Servicio Militar y reenganchándose posteriormente. Jorge y yo no queríamos saber nada de ejércitos. Es más, una tarde planificamos la huida del país. No estábamos dispuestos a someternos a ninguna disciplina, y mucho menos una militar. Ya teníamos nosotros bastante en casa. Nos imaginamos construyendo una balsa como lo había hecho Tom Sawyer y viajando por los mares hasta otros mundos. Allí nos haríamos comerciantes y conseguiríamos hacernos ricos. Pasados muchos años, cuando ya nadie se acordase de que teníamos una deuda con el ejército volveríamos a ver a nuestras familias y les traeríamos muchos regalos.

Pero las historias que más he vivido a través de las pupilas de otros viajeros son las historias de amor. Bueno, de amor y desamor que lamentablemente siempre vienen de la mano y vienen a ser como caras de la misma moneda. Muchas veces he pensado que el amor no debe provenir del aspecto físico, pero por más que mi razón ha intentado poner orden en estos pensamientos siempre llegan a la conclusión de que el disparador del amor, el enamoramiento, parte siempre de algo irracional que algunos llaman química, y que, en gran medida se basa más en el aspecto físico que en la razón. Tampoco estoy convencido de este razonamiento ya que, al menos el hombre, cuando se haya en este estado embriagador del enamoramiento, ve a su enamorada mucho más hermosa que como la ven el resto de los hombres. Entonces, ¿podríamos concluir entonces que el enamoramiento no es más que una disminución de nuestro sentido de la vista? Quizá no una disminución sino más bien un atrofiamiento de todos los sentidos y que en cierta medida no proviene única y exclusivamente del aspecto físico. Es algo irracionalmente hermoso en cualquier caso.

La ciudad se desperezaba muy lentamente como si de un largo letargo hubiese de salir. Igual que cualquier otro día, yo me dirigía en metro a la oficina, un metro que como siempre iba repleto de historias. Para la mayoría de los viajeros de aquel vagón no era más que un día cualquier, pero para mí aquel día sería el comienzo de una nueva vida. El vagón iba abarrotado de gente y, aunque yo me afanaba en buscar historias en las pupilas de la gente no conseguía abandonar este mundo. Dos estaciones antes que la mía apareció ella. No podría explicar con palabras lo que me llamó la atención de ella. Creo que sobre todo era su forma de mirar. Una mirada viva que destacaba sobre las miradas adormiladas del resto de viajeros. Tenía los ojos verdes y mantenía una expresión serena como ajena a las prisas de todo el mundo en aquellas horas tan tempranas. No se reía, pero tenía el gesto del que se está riendo por dentro, del que en su interior todo es calma y felicidad. No pude evitar observarla durante un largo rato intentando que no se me notase demasiado. Ella tampoco dejaba de mirarme. No con el descaro del que piensa "¿y tú que miras?" sino con la ternura del que también busca historias en tus pupilas. Aquel encuentro de pupilas no duraría más de un par minutos aunque yo vi una eternidad a su lado en los fotogramas que pasaban por sus ojos. El tren empezó a reducir la marcha al iniciar la entrada en una estación y la magia de aquel momento se rompió de repente. Intenté mantener la mirada y pedirle con la mía que no hiciese caso a nada de lo que en aquel vagón pasaba, que se quedase conmigo en aquel fabuloso mundo que nos estábamos inventando. Pero todo fue en vano porque la gente empezó a levantarse de sus asientos. Aquel preciso instante era uno de esos momentos críticos que pueden suponer una oportunidad perdida. Yo había perdido demasiadas y no estaba dispuesto a que se me pasase una vez más. La chica de los ojos verdes estaba esperando que se abriesen las puertas para abandonar el metro. No era mi estación, pero me dio igual. Me acerqué por detrás a la chica, me puse a su lado y le cogí de la mano. Curiosamente ella no apartó la suya ni se inmutó. Era como si me estuviese esperando o como si supiese lo que yo iba a hacer. Caminamos cogidos de la mano por los pasillos del metro. Yo iba asustado y pensando que aquello tenía que ser un sueño. Pero era un bonito sueño y yo me dejaba llevar. Salimos del metro y caminamos durante unos minutos sin hablar ni mirarnos hasta entrar en un parque. Era el parque del Retiro. Un parque de Madrid que en primavera se pone precioso y que cuenta con muchas zonas verdes. Caminamos por el parque hasta una zona de hierba donde nos sentamos. Permanecimos sentados sin decir nada y mirándonos el uno al otro durante un buen rato.

Fue una bonita historia. Durante un tiempo yo me creí eterno y viví intensamente para poder compartirlo con ella.

El "homo sapiens"

Seguro que piensas que el mundo hoy en día es un desastre. Pues no te puedes ni imaginar cómo era hace cuatro cientos años.

Fue en aquella época cuando el hombre recibió el castigo del cielo, un castigo tan atroz que cambiaría el curso de la historia. Por aquel entonces, parecía que las cosas en la tierra no tenían solución. Guerras, violencia, bombas, asesinatos,... los hombres seguían solucionando sus diferencias a garrotazos. Sí, a palos, exactamente igual que lo habían hecho desde el inicio de los tiempos. Eso si, se habían sofisticado mucho y los métodos que se utilizaban cada vez eran más complicados y más caros, pero en esencia era lo mismo: millones de personas morían cada año como consecuencia de la violencia. Se había creado un gran negocio alrededor de la barbarie. Las industrias de la guerra eran las más prósperas, e incluso existían países de los que llamaban "del primer mundo" donde los habitantes podían pasearse por las calles portando sus armas. Si, exactamente igual que en las películas aquellas de vaqueros y de indios que hoy sólo se pueden ver en las filmotecas más selectas.

Por aquel entonces el hombre no era humilde, era soberbio, vanidoso, se creía el centro del universo. Habían fracasado todos sus intentos para conquistar el universo, aunque cerquita se habían quedado de descubrir que había vida en otras galaxias mucho superior a la suya, y seguían creyéndose el ombligo de la creación. Era tan obstinado que había dado medida al tiempo, algo que todo el mundo sabe que no se puede medir, pero ellos necesitaban tener una vara para evaluar su estupidez y de esta forma determinar cuando alguien debía dejar de trabajar, cual era la "esperanza de vida" de un país o, algo tan sinsentido como determinar cuando había que dormir, cuando había que comer o cuando había que irse de vacaciones. Pues bien, habían determinado que aquel era el año 2005. Pero su estupidez no tenía límites, había llegado incluso a organizar el mundo en varios "submundos". Los países más adelantados, los del "primer mundo", formaban clubs selectos donde no se permitía la entrada a aquellos países menos adinerados. Porque sí, en aquella era, el dinero era el que mandaba. Desde los inicios de la historia, el hombre había luchado por el poder y durante muchos, muchos años, el poder lo daban las armas. Se desarrollaron armas tan poderosas que eran capaces de destruir a toda la humanidad, y por si esto no fuese suficientemente estúpido, incluso se habían probado algunas de ellas llevándose por delante a millones de personas. Pero por aquellos años el poder venía más acompañado del dinero que de las armas, aunque a decir verdad, ambos venían de la mano. La economía campaba a sus anchas por todo el planeta, había países ricos y países pobres, había gente que no tenía qué comer y había barrios de ricos donde sobraba de todo. Quizá esta fue la forma en que se crearon los submundos, a base de arrinconar a los que menos tenían para que no incordiasen con sus miserias a los ricos. Pues bien, la economía se había descontrolado y había creado grandísimas diferencias entre la gente. El hombre, obsesionado por medirlo todo, publicaba estadísticas que decían que, mientras en los países más ricos, cada persona disponía de $50.000 para un año, en los más pobres apenas llegaba a los $500. Y las diferencias dentro de cada país también se habían disparado, pero éstas no se querían medir porque resultaban mucho más sangrantes y no estaba bien hacer agravios comparativos entre conciudadanos del mismo país.

Los economistas más osados de la época, que eran marginados por la sociedad y tratados como locos por los medios de comunicación, decían que sobraba riqueza en el mundo para alimentar a toda la población, pero los países ricos se conformaban con acallar sus conciencias enviando a los del "tercer mundo" unas cuantas migajas cada vez que las ONG daban la voz de alarma. Las ONG fueron también inventos de aquella época. Se trataba de empresas que se dedicaban a captar fondos de las "personas de buena voluntad" para realizar acciones en los países del "tercer mundo" y de esta forma paliar las enormes diferencias existente. Alrededor de la miseria, de las desgracias de los otros y, sobretodo, de las desigualdades, surgió la creciente economía de la solidaridad que gestionaba cada vez más y más fondos. Fondos que procedían tanto de las "personas de buen corazón", como de los estados. Fue todo un invento, sí, un buen invento. La desgracia ajena siempre ha vendido mucho. Muchas personas tranquilizaban sus conciencias de esta forma, y a los estados les servía de excusa para no afrontar el problema, para no solucionarlo. Los gobernantes estaban tan ocupados en aprovechar el viento a favor de la economía, que no les quedaba tiempo para solucionar los problemas sociales, ni los internos, como la inmigración, ni los externos, como las desigualdades entre continentes y países. Porque los países del "primer mundo" realmente no querían solucionar aquellas desigualdades.

Pues sí, como te decía, en aquella época había mucha violencia, muchas guerras. Aunque al hombre no le gustaba llamarlas así y prefería utilizar términos más modernos como "terrorismo". Los políticos se llenaban la boca con aquel término, "terrorismo", "terrorista", "acciones terroristas",… y con otros como "atentado", "fundamentalismo", "asesinos", etc. Cualquier acción represiva de un estado estaba justificada si se vendía correctamente y se amparaba bajo el derecho a "defenderse del terrorismo", o de "realizar acciones preventivas". Pero claro, esto sólo servía para los países ricos, porque desafortunadamente, los países pobres nunca han sabido de marketing. Por aquel entonces no había un gobierno mundial, esto es, un orden que sobrepasase las fronteras de cada país. Varias décadas antes se había hecho algún intento creando organizaciones mundiales que velasen porque no se produjesen violaciones del "derecho internacional", pero los países poderosos se habían reservado derechos de veto que las habían totalmente inoperativas. Eran organizaciones marioneta en cuyas agendas no había cabida para los términos "justicia" o "legitimidad" porque los países ricos movían los hilos a su antojo.

El fanatismo llevaba a cometer cruentos asesinatos en los países ricos, y el mismo fanatismo llevaba a intervenir militarmente en países pobres llevando más pobreza y muerte a la población que nada sabía de esos terrorismos. Porque como dijo un sabio, "En la lucha del Bien contra el Mal, siempre es el pueblo quien pone los muertos". Y no estaba claro qué era el bien y qué era el mal por mucho que se empeñasen algunos en explicarlo. Ambos eran el mismo fanatismo, igual de cruel, igual de despreciable, aunque uno se disfrazase con el marketing y el otro con la religión.

Aquello sí que era un autentico desastre.

Fue entonces cuando llegó el gran castigo. Nunca antes el cielo ni la tierra se habían enfadado tanto y nunca antes se había producido un cambio tan drástico en la vida humana. Antes de finalizar el año 2004, según la cuenta de los humanos, la tierra se cansó de tanta tontería. Estaba harta de tanta estupidez y esta vez no se limitó a observar paciente, o a darse una pequeña sacudida en los volcanes de alguna recóndita cordillera. Esta vez, el hombre merecía un buen escarmiento, un castigo que nunca olvidase y que cambiase el curso de la humanidad. Llevaba demasiado tiempo observando cómo la estupidez humana crecía, cómo las guerras nunca acababan y cómo los fanatismos se alimentaban de más estupidez. Apenas faltaban unos días para comenzar un nuevo año y la tierra le dijo a uno de sus océanos que había sido él el elegido para dar semejante castigo a los hombres. Aquel océano, al que los hombres llamaban Índico fue el que lo hizo. Tan sólo un pequeño estornudo bastó para provocar una ola tan inmensa que se llevaría por delante todo lo que encontrase a su camino. Tan pronto la ola llegó a la costa, provocó muerte y desolación en tan sólo unos minutos. Se llevó por delante a bañistas, a niños, a familias completas, a pescadores, hoteles, casas, barcos y a cualquiera que hubiese tenido el infortunio de cruzarse en aquellas que tan sólo minutos antes eran costas paradisíacas rebosantes de paz y sosiego. Aquella ola gigante no preguntó a nadie sobre su condición social destruyó de la misma forma las frágiles construcciones de los pescadores de aquellos pueblos como los lujosos hoteles de los turistas. Se perdieron incontables vidas humanas tanto de la gente humilde que allí habitaba, como de turistas de los países del club del "primer mundo". Curiosamente, no se encontró el cadáver de ningún animal. Mientras que los humanos siempre han conseguido cabrear a la tierra, el resto de los animales sí han sabido mantenerse en sintonía completa con ella.

Desde aquel momento nada fue igual. El hombre recapacitó y dejo a un lado su soberbia para siempre. Como por arte de magia, como si de un cambio drástico en la evolución de la raza humana se tratase, el nuevo hombre abandonó para siempre la estupidez del estúpidamente llamado "homo sapiens".

El cofre del tesoro

No había forma de sacárselo de la cabeza. Se concentraba pensando en otras cosas, intentando llevar su imaginación hacia otros mundos donde él no estuviese, a mundos donde él ni siquiera tuviese un papel secundario. Pero él siempre aparecía, siempre estaba allí. Por más que lo intentaba, por más que calculaba minuciosamente el argumento de sus pensamientos, sólo conseguía que él no fuese el protagonista principal, pero siempre aparecía en sus historias, siempre tenía un pequeño papel. Se imaginaba viajando a una ciudad desconocida, a una ciudad donde nadie la conociese. Iría al teatro, se sentaría en la terraza de un pequeño café en frente de la catedral, respiraría paz a la orilla de algún caudaloso río, anotaría muchas ideas en su libreta, leería las historias que otros hubieran contado, tocaría su clarinete e incluso sería capaz de componer algún tema. Sí, alguno de esos temas que están tan dentro, tan escondidos y tan aferrados al alma que nunca quieren salir. Pero él siempre aparecía en el lugar menos pensado. Quizá sería el conductor de un autobús urbano, o quizá un músico ambulante, o uno de esos artistas que por unas pocas monedas pintan tu rostro en carboncillo plasmando las sombras que todos tenemos en un trozo de papel, o un pintor con su caballete que embelesado intenta arrinconar la grandiosidad de la catedral en un pedazo de lienzo. Quizá él vendría paseando por la orilla del río y al cruzarse con ella sus ojos se clavarían en los de Alba con ese descaro del que, aunque la razón le ordene apartar la mirada, otra fuerza mucho más poderosa y mucho más incomprensible, le obliga a mirar fijamente. A buscar dentro, a observar a través de esas fabulosas ventanas al alma que son las pupilas.

Había conocido a David hacía apenas un mes. Apareció por casualidad, como siempre aparecen las cosas más valiosas. Fue en la biblioteca pública de su barrio. Aquel día había madrugado mucho para ganarle un poco de tiempo al aplastante calor que castigaba su ciudad, y que, como todos los días de agosto, sería insoportable durante las horas del mediodía. Sus últimos relatos no le habían dejado demasiado satisfecha y esta vez estaba dispuesta a contar una historia de esas que de verdad merecían la pena. Llevaba varias horas delante de unas cuartillas de papel anotando algunas palabras inconexas y dibujando garabatos como intentando que alguna genial idea llegase de repente y se quedase atrapada en su papel. Poco a poco fue llegando gente y la biblioteca fue cogiendo ritmo. Despacio y progresivamente la biblioteca adquiría vida, como si le costase despertarse y se fuese desperezando poco a poco. Alba ni siquiera se había dado cuenta de que él estaba sentado dos mesas más adelante. Todo ocurrió en unos pocos minutos, quizá segundos, que alteraron la paz que ella había ido a buscar a aquel sitio. Ella sintió como si alguien quisiese decirle algo, contarle un secreto o hacerle una confesión. Alba creía en los mundos fantásticos, en la magia, en las vidas paralelas, en las vidas confundidas, en las vidas no vividas y en los espíritus de los muertos. Pensó que alguno de esos espíritus le quería decir algo y se puso nerviosa. Su corazón empezó a latir con más fuerza y hasta llegó a sonrojarse pensando que las otras personas con las que compartía mesa notarían su turbación y podrían incluso escuchar a su alborotado corazón. Presentía que estaba a punto de encontrar la historia que buscaba desde hacía tiempo, esa historia que de verdad mereciese ser contada. Pasaron los segundos y se concentró esperando que aquel espíritu le contase lo que quería contarle y la dejase en paz. En aquel desasosiego sus oídos se habían negado a seguir escuchando el murmullo de la sala. Ahora sólo oía los latidos de su acelerado corazón que retumbaban una y otra vez en su cabeza. Entonces su mirada se encontró con la de él. Era una mirada penetrante y descarada. Intentó no desconcentrarse y que ninguna mirada mundana pudiese interferir en su comunicación con otros mundos y conseguir así el argumento para su tan ansiado relato. Lo intentó una y otra vez, pero no pudo. Sin saber muy bien porqué aquellas pupilas la cautivaron y no se pudo resistir. Se dejó llevar a otros mundos. Por unos segundos, que a ella le parecieron una eternidad, su alma voló de la mano del alma de aquel desconocido, surcaron las nubes ascendiendo y descendiendo sin parar de juguetear, bajaron a playas desiertas y se revolcaron en la arena, se sumergieron en la profundidad de los océanos y encontraron barcos hundidos con fabulosos tesoros. No era ella la que dirigía aquel vuelo, pero estaba feliz de que alguien le hubiese cogido de la mano y fuese su timonel. Su excitación había desaparecido, su corazón se había relajado y había dejado de oír los latidos de su corazón. Sólo oía el silencio, el silencio absoluto, el silencio de la paz verdadera.

Había perdido la noción del tiempo y hubiese deseado que aquel fascinante vuelo no terminase nunca. Pero de repente volvió a este mundo, como si de un brinco se pudiese dejar el mundo de lo fantástico y aterrizar allí en la silla en la que estaba sentada. Sobresaltada, sin querer imaginar lo que sus compañeros de mesa estarían pensando de ella y avergonzada por haber tenido un sueño demasiado bonito allí, delante de todo el mundo. Miró de nuevo a aquel chico que ahora le causaba una curiosidad infinita que se escapaba a la razón. Él la había dejado de mirar. Con su mano izquierda parecía estar escribiendo algo en un papel pero tenía los ojos cerrados y su cara apoyada en la mano derecha. Así, con los ojos cerrados parecía que respiraba la paz de otros mundos.

Al cabo de un rato, abrió los ojos y rasgó un trozo de la hoja. Se levantó de su sitio, caminó hacia Alba, le posó el trozo de papel delante de ella sin atreverse a mirarla a los ojos y salió de la sala. Ella cogió el papel y lo apretó en su puño como temiendo que aquel mensaje pudiese escaparse. Uno a uno miró a sus compañeros de mesa como queriéndoles decir "esto es mío y sólo mío". Tardó unos instantes en atreverse a leerlo y cuando lo hizo, desdobló el papel con cuidado de que el chico que tenía al lado no pudiese leer nada de lo que allí ponía. Lo leyó una y otra vez:

tu sonrisa
aprisiona mi mirada
porque apartar
los ojos no puedo

verte y no mirarte
es como encontrar
el cofre del tesoro
y no querer abrirlo

te ruego
que perdones
a mis descarados ojos
pero mi razón
no consigue controlar
a mi alocada imaginación

Luego salió de la sala y él estaba esperándola. Al rato estaban hablando sin parar, contándose sus historias como si durante toda la vida las hubiesen estado reservando el uno para el otro.

Y así, día tras día, cada cual se sentaba en el mismo sitio y a media mañana sus miradas se volvían a encontrar para volar por mundos maravillosos. Después, uno de los dos se levantaba y le dejaba un poema al otro encima de sus papeles, libros o lo que tuviese en la mesa. Era como una carrera no pactada donde el más rápido volcaba un poquito de su alma en un trocito de papel que le regalaba al otro. Al poco se encontraban fuera de la sala y se daban largos paseos por todos los rincones de la ciudad. Se contaban todas sus historias, las de este mundo y las de los mundos que cada cual frecuentaba.

Desde que conoció a David, ella vivía todo mucho más intensamente porque lo vivía para contárselo a él. A menudo se imaginaba que él la podía ver a través de una mirilla y entonces ella le sonreía y se ruborizaba. Entonces ella se movía para él, no andaba, se deslizaba como quien está seguro de sus pasos, como el que sabe que no va a tropezar, o más bien, como el que no tiene miedo a tropezar. Iba por la calle sonriendo, cruzaba los pasos de cebra mirando fijamente al cristal de los coches imaginándose que era él el que conducía y sonreía con la sonrisa de la felicidad plena. Por las mañanas se miraba al espejo y le buscaba en sus propias pupilas. Y allí estaba él. Le sonreía, le guiñaba un ojo, le lanzaba un beso o le sacaba la lengua. No dejaba de pensar en lo que él estaría haciendo, en lo que estaría pensando, y le imaginaba en las situaciones más cotidianas.

Y no era capaz de pensar en otra cosa ajena a él. Sólo deseaba estar con él y tenía un deseo incontrolable de contar, contar y contar. Sólo ansiaba volver a mirarle a los ojos y ver el fondo de su alma. Sólo deseaba pasar la vida mirando el mismo cielo que él.

el precipicio

sin entender aun muy bien porqué
me asomé a aquel precipicio
y vi la inmensidad
de lo que no se alcanza a ver
la lejanía de las ideas
la utopía de los sueños
que más que ver se adivinan
se anhelan y se persiguen

aunque mi cuerpo estaba agotado
mi cabeza no descansaba
en aquel trepidante
amontonamiento de ideas
aquella sinrazón de sueños
como si viajase a toda velocidad
por los pasillos del supermercado
de los sueños
intentando desesperadamente
llenar mi carrito
antes de que el cruel reloj
y la voz monótona e indiferente
de los altavoces de aquel sitio
indicasen que había que dejarlo ya
que todo estaba cumplido
que había que pasar por caja
para pagar los anhelos elegidos
en aquel último día
de rebajas de sueños
porque ya nadie más soñaría
hasta el próximo año
porque ya todos se tendrían
que conformar con lo que tienen
porque no se permitiría
imaginar otros mundos
o querer vivir otras vidas
ni buscar otros sentimientos
en las historias de los otros

pero allí estaba yo
asomado a aquel precipicio sin final
a aquel agujero hacia ninguna parte
hacia ninguna parte conocida
que la razón entienda
pero que el corazón quiere probar
porque él no sabe de razón
él está en continua búsqueda
aunque con frecuencia
se agote de buscar sin hallar
sentimientos que emocionen su latir
que conmuevan su emoción
que den ritmo a sus movimientos
quitándoles así esa cadencia aburrida

y mi corazón pudo con mi razón
poco importaba que el mercado de sueños
hubiese cerrado ya sus puertas
poco importaban aquellas estúpidas reglas
aquellos frenos a la imaginación
aquel prohibir el sentimiento
aquel vetar la emoción

y le convenció de que ordenase
a mis piernas dar el mayor de los saltos
hacia adelante
y dejarse caer en aquel precipicio
y dejarse volar
hacia aquel mundo de sueños
hacia aquel sitio donde
no soñar es no vivir
donde no anhelar es no respirar
donde no sentir es no latir

añorada tormenta

llegaste de repente princesa
casi ni siquiera llegaste
pero te metiste en mi cabeza
y no he conseguido sacarte
te busco en cada sitio
te busco por todas partes
en la sonrisa de un niño
en cualquier restaurante
en lo cotidiano
por la calle
tomando copas
en una canción
en una poesía
en las historias más bonitas
jamás contadas
en las fotografías más increíbles
jamás tomadas
en las pinturas
que nunca han sido pintadas
en las vidas más bonitas
que hasta ahora
jamás fueron vividas

no puedo hacer
otra cosa que pensar en ti
te imagino
te sueño
busco sin cesar
un agujerito
para poder ver tu mundo
para saber qué piensas
qué haces
qué quieres
qué anhelas

pero no lo encuentro
aun no lo hallo
y mi cerebro
no descansa
se obsesiona
no se conforma
con este ritmo
con esta quietud
con esta calma
busca más deprisa
se acelera
no me deja pensar en nada
que no sea en buscar
ese agujerito
para ver si tu mundo
es cómo él espera

añorada tormenta
tan pocas veces te tuve cerca
tantas veces te ansié
que ahora que te llevo dentro
no se si me ahogaré

floto en la superficie de tu mundo
que ahora sólo deseo
sumergirme en él
u olvidarte para siempre
para que mi cerebro descanse

"El buscador"

Hacía tiempo que Toni había dejado aquella ciudad tan ruidosa donde aprendió lo perverso que puede ser el tiempo, y no me refiero a la meteorología, hablo del reloj, de los minutos, de la obsesión por ganarle tiempo al tiempo, por vivir desbocados sin saber hacia donde. En su aventura había aprendido como, a pesar de las urgencias y de aquellas infernales máquinas que lo controlaban todo y no dejaban pensar a la gente, siempre había una esperanza. Os recuerdo que allí la esperanza era los subterráneos que se escapaban del control de la mente y, por tanto eran el único sitio donde se podía pensar tranquilo en aquella terrible ciudad.

Toni había abandonado la ruidosa ciudad y después de un largo viaje llegó a un extenso valle en las montañas. Había altas montañas alrededor de aquel valle como si hubiesen decidido cortar el paso para que no entrase allí ninguna maldición. Varios ríos bajaban desde las montañas, como si estas no se cansasen de llorar. Aún nadie ha descubierto porqué las montañas lloran, pero los más ancianos de las aldeas que se encuentran perdidas en lo alto de las cordilleras aseguran que las montañas siempre lloran de emoción, que ellas están tan alejadas de lo malo que no conocen la pena, aunque sí que es cierto que las montañas más jóvenes sólo lloran en invierno porque es un tiempo más propicio para la melancolía principalmente porque el sol no les hace tanta compañía y por eso se sienten solas.

Toni observó aquel precioso valle y vio como aquellos ríos se iban juntando, unos eran más caudalosos y otros menos, unos llevaban un agua más cristalina y otros parecían que estaban cabreados por algún motivo y por ello no dejaban de agitar su agua y mezclarla con el barro y el lodo.

Aquel era el sitio ideal para respirar hondo, para coger aire puro y para sentarse a descansar. Era tan impresionante que cualquiera diría que allí aún había dragones y castillos, hadas y brujas malvadas, princesas durmientes bajo el eterno hechizo y príncipes azules, pero qué tontería, todo el mundo sabe que esas cosas sólo existen en la imaginación de los que no están demasiado cuerdos.

Pues bien, no es ninguna tontería que todos esos seres fantásticos existen, y es más, están por todos los lados y uno se los puede encontrar en el lugar más inesperado. Pero no todo el mundo se los encuentra porque hay que ser un niño para poder verlos. Aunque lo cierto es que muchos adultos deciden seguir siendo niños toda la vida y no paran de buscar hadas que les traigan la dicha, porque como la alegría que te puede traer un hada no existe nada en este mundo.

Estaba tan absorto Toni en estos pensamientos intentando divisar a algún dragón volando entre los picos de las montañas y lanzando bocanadas de fuego, o a alguna bruja volando sobre su escoba en busca de hierbas para preparar alguno sus mágicos elixires, que no se percató de que un anciano se dirigía hacia él por el camino que subía del valle.

- ¡Hola niño! - le dijo en tono jovial el anciano

De un sobresalto Toni volvió a este mundo porque cuando uno está pensando e imaginándose cosas maravillosas, aunque físicamente esté en este mundo, realmente no lo está, porque la imaginación nos puede llevar a vivir otros mundos, a vivir otras vidas o a vivir otras historias.

- Estaba pensando en tonterías, hadas y esas cosas - Toni realmente no quería decir eso, pero se le escapó como traicionado por su subconsciente, como si aquel mundo que acababa de visitar le estuviese gastando una mala jugada.

- ¿Por qué piensas que son tonterías?

- Pues no se, todo el mundo sabe que las hadas no existen y la verdad es que yo nunca he visto ninguna. Mi mamá me contaba cuentos de hadas cuando era más pequeño pero nunca ví ninguna.

- No pienses que son tonterías y mucho menos que esos seres tan maravillosos no existen. Si no fuese por ellos, que de vez en cuando ponen unos granos de fantasía en el mundo, esto sería un verdadero desastre, y posiblemente ni siquiera existiría el mundo. El hombre ya se habría encargado de destruirlo. Sabes, muchos gobernantes tienen hadas que se ocupan de ellos, pero desafortunadamente no existen tantas hadas como para que a cada gobernante le toque una. Y claro, las pobres se afanan en hacer su trabajo pero no dan abasto, incluso para ellas que viajan velozmente a través de los mundos de la fantasía es difícil ir de país en país y adaptarse a las diferentes lenguas, a los diferentes culturas y a las diferentes religiones.

Te contaré una historia que me sucedió hace muchos muchos años, continuó el anciano. Yo nací en aquel pueblo que ves allí, el de la derecha. Todo el mundo piensa que el puñado de casas que ves es el mismo pueblo, pero no es así, son tres pueblos que están prácticamente unidos. A los pocos años, no creo que tuviese aún los siete, mi madre desapareció y fui criado por mis abuelos, porque mi padre ni siquiera había aparecido nunca. Jamás conocí a mi padre, siempre me dijeron que fue uno de esos hombres que llevan las guerras de un sitio para otro, uno de esos que no sabe qué hacer cuando no hay guerra y entonces necesitan inventarse una. Porque la mayor parte de las guerras que hay son inventadas, pero eso es otra historia. Pues resulta que me criaron mis abuelos como pudieron, me dieron todo lo poco que tenían pero no eran años de mucha abundancia y eran gente muy humilde. Hasta que aquello pasó, cuando ya había cumplido los 18, me pase la vida buscando. Buscaba por todos los lados a mi madre porque no entendía porqué me había dejado. Cuando me hice mayor buscaba sin cesar la felicidad que no había tenido. Buscaba en las chicas con las que salía, pero ninguna parecía esconder aquella felicidad que tanto ansiaba y que no sabía que forma tenía porque hacía tanto tiempo que no me visitaba que me había olvidado de cómo era. Y seguí buscando, buscando sin parar. Durante muchos muchos años viajé a otros mundos en busca de aquello, busqué en los excesos, busqué en el alcohol, busqué lejos, siempre lejos, muy lejos, siempre lejos, lo más alejado a lo que era capaz de llegar. Un día me miré al espejo y vi a un tipo mucho más infeliz que yo. Aquel tipo al que ya ni siquiera conocía era yo mismo. Entonces decidí dejarlo, pensé que aquello no merecía la pena, quise pensar que la felicidad existía en el mundo y me convencí de que mi madre no había existido nunca. Volví al pueblo donde me esperaban mis abuelos. Me recibieron como si nada hubiese pasado, como si yo nunca les hubiese abandonado y como si no hubiesen pasado varios años sin saber nada de mi. Aprendí entonces que aquellos que te quieren de verdad siempre te acogen con los brazos abiertos. En todo ese tiempo no habían dejado de echarme de menos y de rezar por mi. Porque mis abuelos eran de esas personas que dicen que hablan al más allá. Yo qué se.

Empecé a trabajar en la carpintería del pueblo con Pepe, el ebanista del valle y, modestia a parte, se me daba bastante bien. Disfrutaba de cada mueble que hacía, cuando hacía una cuna me sentía feliz cada vez que veía a aquel niño paseando a su madre, porque sí, aunque pienses que son las madres las que pasean a los niños, normalmente es al revés y son éstos los que sacan a sus mamás para que se aireen y aprendan cosas del mundo. Porque una de las cosas más importantes de la vida es aprender; y un niño, por muy pequeño que sea siempre tiene infinidad de cosas que enseñar.

Pasó el tiempo y me olvidé de aquellos años en que buscaba sin parar. Fue entonces cuando una mañana de primavera sucedió algo que nunca jamás olvidaré. Era muy temprano pero yo me acaba de levantar porque tenía que ir a trabajar. Mis abuelos aún dormían. Me vestí, me eché un poco de agua en la cara y bajé las escaleras corriendo para, como todos los días, prepararme a toda prisa mi desayuno y salir pitando a la carpintería. Cuando llegué a la cocina vi que en la mesa había un par de tostadas calientes, que mi taza de desayuno tenía café recién hecho y que hasta mi servilleta estaba colocada para mi. Alcé la vista y mi alma se encogió, mi corazón se desbocó y mis ojos lloraron de emoción como no lo habían hecho nunca. Mi madre estaba allí, preparándome el desayuno exactamente como había hecho cuando yo era un niño. Mi madre también lloraba y no dejaba de mirarme como si quisiese recuperar en aquel instante todas las miradas perdidas. Corrí hacia ella y la abracé como cuando era un chiquillo, de rodillas y abrazado a su cintura. Pasaron un par de minutos que me parecieron un suspiro y nosotros no nos dijimos nada, sólo nos mirábamos. Nos mirábamos a los ojos como aquel que quiere encontrar el alma a través de la mirada. Fue entonces cuando la vi. Un impresionante resplandor llamó nuestra atención hacia la puerta de la casa y allí estaba ella. Era un hada muy bonita, como son todas las hadas. Muy delgada, con la melena rubia que casi le llegaba por la cintura y con una carita de esas que no están hechas más que para sonreír, de esas que no deben llorar nunca sino es de emoción. Era el rostro más angelical que jamás he visto, una sonrisa sólo comparable a aquella que suelen tener las personas que de verdad te quieren. A los pocos instantes, sin decir nada y sonriendo con la sonrisa de la satisfacción que da la felicidad de los demás, empezó a desaparecer. Mi madre y yo habíamos dejado de llorar y asistíamos boquiabiertos y perplejos al espectáculo más maravilloso del mundo. Alrededor de sus pies se creó una nube y poco a poco se fue hundiendo en el suelo, como si un agujero se hubiese abierto allí en la puerta de nuestra casa. Pasados unos minutos sólo quedaba un charquito de agua, que son los agujeros que abren las hadas para pasar de este mundo al suyo, porque el agua, con el aire son los elementos más puros de este mundo, igual que las hadas son los seres más puros de cualquier mundo que te puedas imaginar.

Jamás le pregunté a mi madre dónde había estado todos esos años porque sabía que ella también había estado buscando, buscando algo demasiado lejos para darse cuenta de que lo que buscaba lo llevaba dentro de ella desde el primer momento, y porque también sabía que hay preguntas que se responden con una sonrisa, con una mirada, con una caricia o con un abrazo.

Desde aquel día nunca más dudo Toni sobre la existencia de las hadas y años más tarde él mismo vería alguna.

Santi 11/1/2005

adios ternura

anoche estuve contigo
jugamos juntos sin parar
sin pensar
dejándonos llevar
sin dejarte de mirar
eras cariño
llegabas con el primer abrazo
no te ibas con el primer beso
te quedabas con la primera
palabra bonita que te susurraba
te cogía de la mano
y tú seguías allí

pero hoy ternura
conmigo nada cuentas
no te puedo encontrar
anoche tan cerca
y hoy conmigo
no quieres estar

necesito sentirte
porque sin ti
no hay emoción verdadera
sin ti
no hay amor que dure
sin ti
no hay paseo
que merezca la pena pasear

(contestación del CRONOGRAMA de Lunaaaaa mi amiga gracias por inspirarme como siempre eres un cielo http://blogia.com/lunaaaaa/index.php?idarticulo=200501081)

tu sonrisa de princesa será mi sonrisa

Velar tus sueños
compartir tu día
pasear tu mundo
escuchar tu vida
siempre escuchar
siempre escuchar
también tu silencio
oir tu aliento
percibir tu risa
cogerte de la mano
llevarte lejos
abrazarte fuerte
cerca muy cerca
dejarme llevar
a tus nubes más altas
volar a tu lado
emocionarme contigo
corazón
mi vida es emoción contigo
llorar
pero de emoción
mucho mucho
todos los días
tan sólo con meterme
unos segundos en tu mundo
tan sólo con que tú
quieras compartirlo conmigo
dejarte surcar el infinito
y observarte sin parar
pero dejarte volar
sin miedo
sin celos
sin recelos
sin peros
sin pena
porque tu libertad
será mi fuerza
porque tu libertad
será mi guía
porque tu libertad
me enseñará otros mundos
porque tus mundos
serán los míos
porque compartiremos
tanto tanto
que cada uno
sentirá el doble
vivirá el doble
porque mi vida
será tu vida
porque tu risa
será mi risa.