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Mis pensamientos

Toni había viajado practicamente por todos los continentes y había visitado ciudades fascinantes a lo largo de su corta vida, pero jamás había estado en un sitio como aquel.

Era una ciudad tremendamente bulliciosa, sus calles y plazas estaban abarrotadas de gente que iban de un lado para otro como atormentados, como obsesionados por ganarle tiempo al tiempo. Pero todos ellos tenían en su mirada esa expresión de incertidumbre del que no sabe a donde se dirige realmente, era una expresión de duda, de duda atormentada por las prisas. Era como si aquella gente no dispusiese del tiempo necesario para reflexionar, de decidir hacia donde dirigirse, pero en cambio se movían con una urgencia agobiante, como si todos ellos quisiesen ser los primeros en llegar.

Toni les observaba con curiosidad y con preocupación, tenía la sensación de que algo terrible estaba sucediendo en aquella ciudad, algo misterioso que él no alcanzaba a entender. Vio como todo aquel caos estaba organizado por unas máquinas que marcaban el ritmo, el ritmo al que se movía la gente. Cuando unas máquinas, que estaban situadas en lo alto de una especie de árboles metálicos, encendían una luz verde, entonces todo el mundo se abalanzaba y cruzaba las avenidas de un lado al otro. De repente, la máquina cambiaba al color rojo y la gente se detenía. Un estruendoso ruido se apoderaba de la zona y una especie de carros que echaban un humo terrible invadían las avenidas Entonces las gentes se amontonaban al borde de la avenida y todos observaban impacientes aquella luz roja, como esperando una nueva señal para reiniciar su atormentado camino. Cada vez llegaba más gente a aquel punto y todos se comportaban igual, se detenían sin hablar, miraban la luz roja sin pestañear y contenían la respiración como si durante aquellos instantes no estuviese permitido ni siquiera respirar. Al poco, luz de aquella máquina cambiaba el rojo por el verde y un pájaro empezaba a piar. Era un piar triste y repetitivo, como si aquella máquina tuviese secuestrado a un pájaro y se le hubiese adiestrado para emitir siempre el mismo sonido.

Toni caminó por las calles de aquella ciudad durante un buen rato intentando encontrar una explicación lógica a tanta urgencia y sin sentido. Llegó a una calle estrecha, más concurrida que el resto de la ciudad pero por lo menos por allí no transitaban ruidosos carros.

Y de repente, comenzó un infernal ruido sirenas y la gente empezó a correr como si huyese de algo terrible. Las sirenas cada vez sonaban más cerca y la muchedumbre gritaba y corría aterrada intentando escapar de algo, que sin duda sería peor que la misma muerte. Un miedo infinito había paralizado a Toni en medio de aquella estrecha calle. La gente pasaba a su lado corriendo y dándose codazos para no quedarse atrás. Muchos al pasar le miraban con rabia acusadora y le gritaban cosas. Después de unos segundos Toni consiguió que sus musculos le respondiesen y empezó a correr él también sin saber muy bien porque pero sabiendo que si no huía de aquel sitio algo terrible le iba a pasar. No había recorrido más que unos cuantos metros cuando un anciano le cogió del brazo y le llevó a una orilla. Se detuvieron, el anciano le miró a los ojos durante un segundo y le dijo:
- ¿Has sido tú?

Toni negaba con la cabeza muerto de miedo. No sabía de qué iba toda aquella locura, pero estaba seguro que él no había sido.

El anciano le miraba con preocupación porque las sirenas cada vez sonaban más cerca, y le volvió a preguntar:
- ¿Has sido tú el que ha pensado?

Toni estaba aterrado, ¿cómo que si había sido él el que había pensado? ¿pensado el qué? Toni nunca dejaba de darle vueltas a las cosas, su imaginación no descansaba ni siquiera cuando dormía. Le encantaba inventarse mundos y poner a fascinantes personajes en él.

El ruido de las sirenas cada vez estaba más cerca y ya quedaban pocas personas en aquella parte de la calle. Entonces el anciano cogió de la mano a Toni pegándole un fuerte tirón y le dijo:
- Vamos, no te quedes ahí. ¡Corre!

Mientras corrían calle abajo, el anciano le contaba a Toni:
- No está permitido pensar en esta ciudad. ¡Ha saltado la alarma y la policia viene a por ti! Si te pillan harán contigo lo mismo que con el resto. Te someterán a un tratamiento por el que no podrás tener un solo pensamiento más el resto de tu vida.

Era un pánico aterrador lo que Toni sentía. ¿No volver a pensar? Nunca había imaginado un castigo tan cruel.

Jadeando, apenas podía articular unas cuantas palabras:
- Yo no sabía… yo acabo de llegar… yo no soy de aquí…

Y ante la acusadora mirada del anciano volvía a intentar pronunciar algo con sentido:
- ¡Yo no puedo dejar de pensar!

El viejo le llevó hacia una callejuela que salía al lado de un cubo de basura y le dijo:
- Está bien, tranquilízate y escúchame con atención. La única forma de burlar a los detectores de pensamientos que hay instalados por toda la ciudad es sobrecargarlos. Lo que has de hacer es pensar muy de prisa y en muchas cosas diferentes a la vez. No mantengas un pensamiento en tu cabeza durante mucho tiempo, cambia de uno a otro sin parar.

Toni escuchaba con atención. Algo mucho más importante que su vida estaba en juego, sus pensamientos. Toni sabía que su vida no tendría ningún sentido sin imaginación.

A los pocos minutos las sirenas dejaron de sonar y la gente dejó de correr. El anciano cambió su rostro de miedo por una sonrisa de satisfacción.

- Bien hecho chaval. Lo hemos conseguido. Pero has de tener cuidado, la única forma de burlar a esos detectores de pensamientos es pensar muy de prisa muchas cosas diferentes.

Antes de despedirse de Toni, el anciano le explicó que las máquinas controlaban por completo aquella ciudad. Habían llegado hacía muchos años y después de estudiar en sus laboratorios el comportamiento de los humanos, y de imitar todo lo que habían podido se dieron cuenta que lo único que no podían copiar de los hombres era su capacidad de pensar. Entonces habían decidido prohibirlo y llenar la ciudad de radares para detectar cualquier pensamiento.

Por ese mismo motivo, también está prohibido leer en esta ciudad, porque mientras lees piensas. El único sitio donde es posible pensar y leer sin que los detectores hagan saltar alarmas es en el tren que atraviesa la ciudad por debajo.

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