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megustasutopia

de sueño a sueño

Mi querida mamá,

Desde la pasada nochebuena en que te fuiste no he dejado de pensar en ti aunque siempre lo hiciese como algo lejano, ajeno, frío y distante, como algo pretérito. La muerte es algo misterioso. Supongo que nos empeñamos en recubrirla con nuestros miedos y fantasmas, supongo que no nos atrevemos a mirarla a la cara por miedo a ver nuestros propios rostros reflejados en el suyo. Nos empeñamos en disfrazarla, en vestirla de una pordiosera marginada con la que nadie quiere tener nada que ver, a la que todos rehuyen.

Anoche tuve un sueño y por eso te escribo. He pensado mucho en él y he intentado descifrar sus claves. Han pasado ya unos cuantos meses desde tu muerte y ahora, por primera vez, tengo la certeza de que tú sigues estando aquí a mi lado. Una y otra vez me han hablado del cielo diciéndome que es un sitio maravilloso situado entre el sol y las estrellas donde se respira la paz verdadera y donde te encuentran los espíritus de todas las personas uno ha querido en la tierra. Me han dicho que tú estabas allí, y que estabas bien. Supongo que para que dejase de llorar.

Estabas hermosa, tal y como te recuerdo cuando aún no vivíamos en el centro y yo aún era muy pequeña. Tenías el cabello largo, muy largo y cuando venías a recogerme al colegio siempre te observaba y miraba a las otras niñas con orgullo como diciendo “mirad, esa es mi mamá y yo cuando sea mayor tendré una melena como la suya”. Todas nosotras queríamos ser como tú. Estabas en la misma habitación del hospital donde ellos te robaron la vida. La puerta estaba cerrada y, aunque yo estaba en el pasillo, era capaz de verte a través de las paredes.

Quise acercarme a ti y atravesé la pared. Noté como ella me traspasaba y por unos segundos me recreé en esa nueva sensación. Fue como si una sustancia arenosa me cruzara por dentro. En la habitación había una señora mayor en la cama de al lado a la tuya. La miré a los ojos, y supe que, a pesar de tener muchas deudas pendientes, aquella misma tarde partiría. Es importante no dejarse deudas pendientes porque casi nunca la muerte concede prórrogas. Estaba como absorta, como negociando el momento preciso con la dama de las tinieblas. En una de las paredes colgaba un espejo al que me acerqué. Me miré y no vi nada. Con frecuencia me había sucedido que al mirarme a los espejos veía a personas que no conocía, pero aquella fue la primera vez que no vi a nadie.

Dos señores estaban a cada lado de tu cama y, cada cual con unas tijeras enormes en las manos, se disponían a cortarte la melena y a robarte la vida. Yo quise impedirlo y corrí hacia ti, pero en cada paso que daba me alejaba más. Algo me sujetaba de la cintura hacia atrás con fuerza. Era como una enorme goma invisible que el destino estaba manejando en mi contra con sus burlonas manos. Durante un buen rato intenté aferrarme a tu cama para ganarle la pugna al destino pero cuando pensaba que ya te tenía al alcance, tu cama comenzaba a estirarse. Con gran esfuerzo yo me sujetaba, como si de ello dependiese tu vida, a la estructura metálica de tu cama, pero esta se estiraba más y más alejándote de mí. Te veía alejarte sentada en el cabecero de aquella cama infinita. Giré la cabeza para ver al que se había aferrado a mi cintura, que sería sin duda el compinche de aquellos dos señores que te querían robar el alma, para intentar negociar con él y cambiar mi alma por la tuya. La mía siempre fue poca cosa. Insignificante comparada con la tuya, mamá. Pero tenía que intentar algo. Sería un truque desesperado, la mayor jugada que nunca había hecho, un órdago a la muerte.

Al girarme sentí que una corriente de aire helado me atravesaba por dentro y subía por mi garganta congelando mis cuerdas vocales. Todo el castillo de naipes se derrumbó cuando pude ver que allí no había nadie. Nadie con el que negociar. Quise gritar de rabia pero mis cuerdas vocales se habían congelado. Tú cama se estiraba más y más y apenas lograba ya verte. A duras penas pude ver cómo aquellos dos señores comenzaban a cortar mechones de tu pelo.

Noté dos lágrimas saladas que habían traspasado mis pupilas y recorrido mi cara hasta la boca. Sin reparar en que ya nos separaba un infinito y en que mis cuerdas vocales se habían congelado grité de nuevo. Esta vez grité tu nombre. Fue la única vez en mi vida que no te llamé mamá. Te dije Ana.

No salió ningún sonido de mi boca. Pero tú me oíste. Lo se porque pude ver tu sonrisa aparecer en tu rostro a lo lejos, en aquella cama infinita. Luego pusiste cada una de tus manos en la cabeza de los dos señores que te estaban robando el alma y viniste volando hacia mi. Eras ligera y hermosa. Y tenías la misma sonrisa que llevabas cada vez que me recogías del colegio. Una sonrisa perfecta y sincera. Cuando uno se fija un poco no es complicado saber si la sonrisa proviene del alma o es fingida.

Aquello que se había aferrado a mi cintura y que me alejaba de ti había desaparecido por completo y una quietud se había apoderado del lugar. Me sentí como el protagonista de la película que al ser visionada por una pareja cualquiera es pausada durante unos instantes para salir de debajo de la manta e ir a calentar un poco de café con leche.

Llegaste hasta donde yo estaba y me cogiste de la mano como cada uno de aquellos días en que ibas a recogerme al colegio. Tiraste de mí con fuerza y pude ver que yo también era capaz de volar. Volé a tu lado sin importarme hacia donde.

1 comentario

Lunaaaaa -

......una lagrima....una sonrisa....Gracias