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megustasutopia

"El buscador"

Hacía tiempo que Toni había dejado aquella ciudad tan ruidosa donde aprendió lo perverso que puede ser el tiempo, y no me refiero a la meteorología, hablo del reloj, de los minutos, de la obsesión por ganarle tiempo al tiempo, por vivir desbocados sin saber hacia donde. En su aventura había aprendido como, a pesar de las urgencias y de aquellas infernales máquinas que lo controlaban todo y no dejaban pensar a la gente, siempre había una esperanza. Os recuerdo que allí la esperanza era los subterráneos que se escapaban del control de la mente y, por tanto eran el único sitio donde se podía pensar tranquilo en aquella terrible ciudad.

Toni había abandonado la ruidosa ciudad y después de un largo viaje llegó a un extenso valle en las montañas. Había altas montañas alrededor de aquel valle como si hubiesen decidido cortar el paso para que no entrase allí ninguna maldición. Varios ríos bajaban desde las montañas, como si estas no se cansasen de llorar. Aún nadie ha descubierto porqué las montañas lloran, pero los más ancianos de las aldeas que se encuentran perdidas en lo alto de las cordilleras aseguran que las montañas siempre lloran de emoción, que ellas están tan alejadas de lo malo que no conocen la pena, aunque sí que es cierto que las montañas más jóvenes sólo lloran en invierno porque es un tiempo más propicio para la melancolía principalmente porque el sol no les hace tanta compañía y por eso se sienten solas.

Toni observó aquel precioso valle y vio como aquellos ríos se iban juntando, unos eran más caudalosos y otros menos, unos llevaban un agua más cristalina y otros parecían que estaban cabreados por algún motivo y por ello no dejaban de agitar su agua y mezclarla con el barro y el lodo.

Aquel era el sitio ideal para respirar hondo, para coger aire puro y para sentarse a descansar. Era tan impresionante que cualquiera diría que allí aún había dragones y castillos, hadas y brujas malvadas, princesas durmientes bajo el eterno hechizo y príncipes azules, pero qué tontería, todo el mundo sabe que esas cosas sólo existen en la imaginación de los que no están demasiado cuerdos.

Pues bien, no es ninguna tontería que todos esos seres fantásticos existen, y es más, están por todos los lados y uno se los puede encontrar en el lugar más inesperado. Pero no todo el mundo se los encuentra porque hay que ser un niño para poder verlos. Aunque lo cierto es que muchos adultos deciden seguir siendo niños toda la vida y no paran de buscar hadas que les traigan la dicha, porque como la alegría que te puede traer un hada no existe nada en este mundo.

Estaba tan absorto Toni en estos pensamientos intentando divisar a algún dragón volando entre los picos de las montañas y lanzando bocanadas de fuego, o a alguna bruja volando sobre su escoba en busca de hierbas para preparar alguno sus mágicos elixires, que no se percató de que un anciano se dirigía hacia él por el camino que subía del valle.

- ¡Hola niño! - le dijo en tono jovial el anciano

De un sobresalto Toni volvió a este mundo porque cuando uno está pensando e imaginándose cosas maravillosas, aunque físicamente esté en este mundo, realmente no lo está, porque la imaginación nos puede llevar a vivir otros mundos, a vivir otras vidas o a vivir otras historias.

- Estaba pensando en tonterías, hadas y esas cosas - Toni realmente no quería decir eso, pero se le escapó como traicionado por su subconsciente, como si aquel mundo que acababa de visitar le estuviese gastando una mala jugada.

- ¿Por qué piensas que son tonterías?

- Pues no se, todo el mundo sabe que las hadas no existen y la verdad es que yo nunca he visto ninguna. Mi mamá me contaba cuentos de hadas cuando era más pequeño pero nunca ví ninguna.

- No pienses que son tonterías y mucho menos que esos seres tan maravillosos no existen. Si no fuese por ellos, que de vez en cuando ponen unos granos de fantasía en el mundo, esto sería un verdadero desastre, y posiblemente ni siquiera existiría el mundo. El hombre ya se habría encargado de destruirlo. Sabes, muchos gobernantes tienen hadas que se ocupan de ellos, pero desafortunadamente no existen tantas hadas como para que a cada gobernante le toque una. Y claro, las pobres se afanan en hacer su trabajo pero no dan abasto, incluso para ellas que viajan velozmente a través de los mundos de la fantasía es difícil ir de país en país y adaptarse a las diferentes lenguas, a los diferentes culturas y a las diferentes religiones.

Te contaré una historia que me sucedió hace muchos muchos años, continuó el anciano. Yo nací en aquel pueblo que ves allí, el de la derecha. Todo el mundo piensa que el puñado de casas que ves es el mismo pueblo, pero no es así, son tres pueblos que están prácticamente unidos. A los pocos años, no creo que tuviese aún los siete, mi madre desapareció y fui criado por mis abuelos, porque mi padre ni siquiera había aparecido nunca. Jamás conocí a mi padre, siempre me dijeron que fue uno de esos hombres que llevan las guerras de un sitio para otro, uno de esos que no sabe qué hacer cuando no hay guerra y entonces necesitan inventarse una. Porque la mayor parte de las guerras que hay son inventadas, pero eso es otra historia. Pues resulta que me criaron mis abuelos como pudieron, me dieron todo lo poco que tenían pero no eran años de mucha abundancia y eran gente muy humilde. Hasta que aquello pasó, cuando ya había cumplido los 18, me pase la vida buscando. Buscaba por todos los lados a mi madre porque no entendía porqué me había dejado. Cuando me hice mayor buscaba sin cesar la felicidad que no había tenido. Buscaba en las chicas con las que salía, pero ninguna parecía esconder aquella felicidad que tanto ansiaba y que no sabía que forma tenía porque hacía tanto tiempo que no me visitaba que me había olvidado de cómo era. Y seguí buscando, buscando sin parar. Durante muchos muchos años viajé a otros mundos en busca de aquello, busqué en los excesos, busqué en el alcohol, busqué lejos, siempre lejos, muy lejos, siempre lejos, lo más alejado a lo que era capaz de llegar. Un día me miré al espejo y vi a un tipo mucho más infeliz que yo. Aquel tipo al que ya ni siquiera conocía era yo mismo. Entonces decidí dejarlo, pensé que aquello no merecía la pena, quise pensar que la felicidad existía en el mundo y me convencí de que mi madre no había existido nunca. Volví al pueblo donde me esperaban mis abuelos. Me recibieron como si nada hubiese pasado, como si yo nunca les hubiese abandonado y como si no hubiesen pasado varios años sin saber nada de mi. Aprendí entonces que aquellos que te quieren de verdad siempre te acogen con los brazos abiertos. En todo ese tiempo no habían dejado de echarme de menos y de rezar por mi. Porque mis abuelos eran de esas personas que dicen que hablan al más allá. Yo qué se.

Empecé a trabajar en la carpintería del pueblo con Pepe, el ebanista del valle y, modestia a parte, se me daba bastante bien. Disfrutaba de cada mueble que hacía, cuando hacía una cuna me sentía feliz cada vez que veía a aquel niño paseando a su madre, porque sí, aunque pienses que son las madres las que pasean a los niños, normalmente es al revés y son éstos los que sacan a sus mamás para que se aireen y aprendan cosas del mundo. Porque una de las cosas más importantes de la vida es aprender; y un niño, por muy pequeño que sea siempre tiene infinidad de cosas que enseñar.

Pasó el tiempo y me olvidé de aquellos años en que buscaba sin parar. Fue entonces cuando una mañana de primavera sucedió algo que nunca jamás olvidaré. Era muy temprano pero yo me acaba de levantar porque tenía que ir a trabajar. Mis abuelos aún dormían. Me vestí, me eché un poco de agua en la cara y bajé las escaleras corriendo para, como todos los días, prepararme a toda prisa mi desayuno y salir pitando a la carpintería. Cuando llegué a la cocina vi que en la mesa había un par de tostadas calientes, que mi taza de desayuno tenía café recién hecho y que hasta mi servilleta estaba colocada para mi. Alcé la vista y mi alma se encogió, mi corazón se desbocó y mis ojos lloraron de emoción como no lo habían hecho nunca. Mi madre estaba allí, preparándome el desayuno exactamente como había hecho cuando yo era un niño. Mi madre también lloraba y no dejaba de mirarme como si quisiese recuperar en aquel instante todas las miradas perdidas. Corrí hacia ella y la abracé como cuando era un chiquillo, de rodillas y abrazado a su cintura. Pasaron un par de minutos que me parecieron un suspiro y nosotros no nos dijimos nada, sólo nos mirábamos. Nos mirábamos a los ojos como aquel que quiere encontrar el alma a través de la mirada. Fue entonces cuando la vi. Un impresionante resplandor llamó nuestra atención hacia la puerta de la casa y allí estaba ella. Era un hada muy bonita, como son todas las hadas. Muy delgada, con la melena rubia que casi le llegaba por la cintura y con una carita de esas que no están hechas más que para sonreír, de esas que no deben llorar nunca sino es de emoción. Era el rostro más angelical que jamás he visto, una sonrisa sólo comparable a aquella que suelen tener las personas que de verdad te quieren. A los pocos instantes, sin decir nada y sonriendo con la sonrisa de la satisfacción que da la felicidad de los demás, empezó a desaparecer. Mi madre y yo habíamos dejado de llorar y asistíamos boquiabiertos y perplejos al espectáculo más maravilloso del mundo. Alrededor de sus pies se creó una nube y poco a poco se fue hundiendo en el suelo, como si un agujero se hubiese abierto allí en la puerta de nuestra casa. Pasados unos minutos sólo quedaba un charquito de agua, que son los agujeros que abren las hadas para pasar de este mundo al suyo, porque el agua, con el aire son los elementos más puros de este mundo, igual que las hadas son los seres más puros de cualquier mundo que te puedas imaginar.

Jamás le pregunté a mi madre dónde había estado todos esos años porque sabía que ella también había estado buscando, buscando algo demasiado lejos para darse cuenta de que lo que buscaba lo llevaba dentro de ella desde el primer momento, y porque también sabía que hay preguntas que se responden con una sonrisa, con una mirada, con una caricia o con un abrazo.

Desde aquel día nunca más dudo Toni sobre la existencia de las hadas y años más tarde él mismo vería alguna.

Santi 11/1/2005

3 comentarios

Lidia -

Una historia dentro de otra historia, Toni es afortunado por haber encontrado a las hadas. Espero que ellas tengan un hueco para todos nosotros en su apretada agenda. ¡Es un relato precioso!

Un beso muy grande

Paloma -

estoy alucinada, yo que tuve el placer de conocer a Toni desde su nacimiento y puedo comprobar tu gran evolución, me alegra mucho que sigas escribiendo y te animo para que lo hagas lo haces muy bien, a mi me transporto a ese mundo mágico, me encanta cuando dices que Toni se mira al espejo y ve a una persona que no es él, jorrr cuantas veces nos pasa esto en la vida. Yo no percivo un mundo sin hadas y un mundo sin imaginación, es más cada vez me gusta más vivir en este mucho como en un sueño sin dejar de soñar.Besitos

Ana -

Estaba leyendo tus escritos y de repente "ha nacido este". Perdona que aún no lo haya leído, pero me ha hecho ilusión coincidir contigo en este "sitio". Besos.